La población joven a nivel mundial cada día va dando más de que hablar, demógrafos no se ponen aun de acuerdo en las fechas de inicio y fin de las generaciones surgidas a partir de los 80´s, sin embargo, lo que si nos queda bastante claro son las consecuencias de la vida que, al menos la generación de la que hablo en este artículo, ha mostrado.
Me resulta preocupante algunas cifras que dan cuenta del comportamiento y por ende resultado que ha tenido la llamada generación “Z” o “Centennials”. Esta generación, ubicada a partir de la segunda mitad de la década de los 90´s hasta inicios de la primera década de este milenio, son los jóvenes que se ubican hoy entre los 18 y 25 años, es la generación de las apps y las redes sociales, la generación del internet.
Sin embargo, esta generación que ha conocido al mundo sin salir de su casa. Esa que vive conectada, no es para nada la generación mejor comunicada, y es que ya desde nosotros, los “millennials”, veníamos viendo una importante desconexión del otro, ese narcisismo del que habló La psicóloga Jean Twenge, que apuntaba hacia una conexión virtual entre seres biológicos y por ende físicos.
Los Centennials son esa generación que se atrevió, que fue más allá, la arriesgada, la que no puede ser engañada por su conexión inmediata con buscadores de internet, pero es también, la generación que vive rápido, esa que no está pendiente del futuro, sino que vive el presente, la que no ha cuidado su vida por cuidar el “estar vivo”. Y es que ya en 2016 la OMS señalo que en el mundo más de 5.000 jóvenes y adolescentes morían al día, esto es un promedio de muertes que no superan los 25 años.
Esta alarmante cifra es sólo superada por las razones de esas muertes: depresión, suicidio, violencia física, accidentes por negligencia y enfermedades como el VIH, están en el tope de la lista. Y es que la generación “Z” ha sido expuesta a la libertad desmedida que da origen al libertinaje, la aceleración en todos los procesos que ha traído consigo la tecnología ha marcado una pauta nada gloriosa.
Es esta generación que representa quizás, nuestro futuro más inmediato como humanidad la que se ha desenfrenado en comportamientos que generan pérdidas sin precedentes. La disociación del núcleo familiar, principal constructor de la sociedad, ha generado una conducta rebelde, tanto así que hoy las series más vistas en Latinoamérica son aquellas donde los narcotraficantes y criminales organizados se erigen como los héroes, influenciando así a una generación ya preparada por las redes sociales a dejar de pertenecer a la sociedad que por años construimos.
Algo que puedo ver con, por lo menos, cuidado, es que una película, más allá de su impecable dirección, como The Joker, una oda al resentimiento que da a luz a un criminal sin compasión se llevara el premio Oscar a la mejor película y sirva en las redes sociales como portada a pensamientos de “desarrollo personal” y liderazgo.
Una de las mayores huellas, a mi juicio, es la pérdida del respeto y honra a los padres que ha deteriorado nuestra más importante institución, la familia. La deshonra tare muerte, en muchos sentidos.
La generación “Z” podría ser marcada por la muerte temprana, debido a la deshonra, a la actitud cortoplacista de sus acciones, a los riesgos que, sin supervisión o al menos preocupación, corren bajo la premisa de “vivir la vida”, hay una alerta silenciosa en nuestros jóvenes que necesitamos ver y tomar en serio.
Una llamado, primero de ser conscientes de lo que ocurre con nuestra sociedad es mi deseo, luego de allí, después de esa reflexión que todos de forma personal, pero con sentido de comunidad, tomemos medidas para construir la sociedad que realmente queremos, socialmente respetuosa, ecológicamente sustentable y espiritualmente plena.
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